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¿La paciencia de observar?

¿Entre la observación y la paciencia?

¿El puente entre la observación y la paciencia?

Henri de Toulouse-Lautrec, Ball at the moulin de la galette, (1889, Chicago: Instituto de Arte de Chicago).


Cuando el movimiento se congela, el peso invade la superficie a través de la sombra de los pensamientos en donde se dibujan, sin así quererlo, muchas meditaciones que toman y beben en exceso de lo sensorial y lo racional. La pintura nos ofrece un espacio donde el creador le ha dado prioridad a un momento en específico que, valga la aclaración, creó y rescató repetidas veces de su memoria hasta dar con diferentes gestos sobre un medio sin que esto sea sinónimo de una conclusión apetente y satisfactoria. Sin embargo, ¿por qué premiar determinados segundos de observación y no otros? Henri Bergson dijo que el absoluto podía solamente darse en la intuición, mientras que todo lo demás tenía que ver con el análisis. Por lo tanto, hay una yuxtaposición entre el pensar y el actuar que también pueden traducirse en términos más amables, pero no menos complejos, como lo son la paciencia y la observación. Es válido preguntar qué piensan los cuatro personajes de Toulouse-Lautrec que están aislados de la escena de baile ubicados justamente en el ángulo que proyecta y al mismo tiempo recibe al espectador dentro de la habitación. Se podría pensar que foco de atención no son los personajes que están bailando, ya que están envueltos en el frenesí de la música y la algarabía, sino estas figuras aparentemente solitarias que nos regalan su perfil y sus espaldas.


Banalmente están disfrutando de la efervescencia que se deriva del espectáculo nocturno. En ese orden de ideas, de pronto están descansando de un agitado baile o, en lo personal pienso que, acaban de llegar al recinto, quizá llevan un rato ya ahí y están observando el ambiente. Si detallamos un poco más, es posible darse cuenta todas las figuras dirigen sus miradas a lugares que no están a la vista del espectador en el cuadro, es decir, son avistamientos que se proyectan más allá de la geometría de la habitación y, si lo deseamos, del mismo marco. Lugares intocables que no dejan de ser reconocibles, como muchos lugares de la mente. Una profundidad de meditación casi inexorable que se apropia enteramente de la concentración, la cual nos lleva a descubrimientos que se relevan gracias a los velos que caen de las estatuas formadas con elementos preexistentes. Olvidamos que este ejercicio en sí ya es una acción naturalizada, la cual se asemeja a caer en un profundo sueño en donde se persigue el fin porque se necesita de la intuición para el crecimiento.


La observación es una actividad exigente para los sentidos, ya que ellos trabajan en cadenas alegóricas y asocian más rápido de lo que creemos. Aunque el cuerpo esté quieto ante el plano exterior, las imágenes de la mente constantemente cambian y se ven alteradas por todos los estímulos, incluyendo las memorias de cajón, que impregnan (hasta) lo que ya pensábamos olvidado. Este ejercicio de silencio, al igual que las líneas de la pintura de Toulouse-Lautrec, habilitan la confluencia infinita, valga la redundancia, entre la observación y la paciencia en donde no hay idénticos entre el pasado que ya no está y el presente que se desvanece ante la precisión del tiempo que se escapa. ¿Qué más podemos descubrir simultáneamente al ignorar cuando la paciencia de observar es una actividad copiosa que separa el brillo espumoso de la superficie oscura del mar?


MLGT.

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